" Je tombe je tombe je tombe
Avant d´arriver à ma tombe"
Louis Aragon
I
Mi corazón amargo, adentro,
el muro transparente infranqueable mira,
los pasos titubeantes, los horizontes rotos,
la voz quebrada de su aliento corto.
Los días son un nudo de piedras,
Como una lluvia de todas la piedras.
No hay resquicio para el sol, ni soledad,
en las muchas hojas del árbol solitario,
todas del envés, con ruidos atormentados.
Vientos muy lejanos vienen con los rotos
crujidos de los rayos.
¿ Quién asustó a la muerte,
con las flojas carnes, después de yertas?
¿ Quién fue más roto
que los oscuros
bosques?
¿ Quién paseó su soledad en el vacío
más que los cementerios?
¿ y quién se adornó con peor
gusto que ellos?
A la voz cavernosa del mar extiende,
implorante, la rosada palma de tu mano,
con la cueva oscura abierta y andrajosa.
Dale a los inmortales limosna de humanidad
que en ti no vean al hombre sino a su sombra:
no seas la luz, sino el que duerme,
la conclusión en que acaba el soñador.
III
Viejo árbol viajero de mil tormentas
¿ a qué parque no has ido,
con tus enormes calzones mojados?
Se inclina el día hermoso,
a sotavento, la gris acera,
fuera de tus vergüenzas y de tus raíces,
tendida está también tu inclinación de tumba.
¡ Fuera el sol, la luz y sus pamplinas!
¡Viva la rústica inarmonía de la piedra!
Abajo la palabra perfumada, la ancha veta
que apura nuestra lengua.
Fuera la línea de los peinados, tu melena
totalmente enmarañada, tus brazos retorcidos,
tu ansiada libertad por los jardines
y tu vientre de mar redondamente hinchado
hacia los mares alcohólicos,
totalmente meado.
No te derriben a hachazos,
ni te silben los yerbajos,
que en ti se posen.
las enormes sombras
de las aves madrugadoras.
Tu dedo en la boca
mande callar a la riada humana,
asustando sus cicatrices
acomodadas a lo blando,
y tus hinchados ojos,
totalmente nublados,
naveguen en lo hediondo
de las calles,
trasnochada tu humanidad de único.
IV
Adalid del paseo, dejar la mano en el escote,
resbalar por los pechos duros, repentinos,
respirar el aliento corto lleno de flores,
con el suave perfume de lo oculto.
Amor, nadie sabrá jamás que yo he pisado
por el reguero de tus pisadas hembras,
nadie entenderá que se alargó la tarde,
y detrás de las palabras encendidas
mis violetas de silencio cayeron negras
sobre tu sueño.
Nadie verá esa nube inacabable,
de mil astros que de pronto estallan
entre las sombras.
Nada hay más lejano que lo que queda a un paso,
a un paso la vida nos reconoce muertos,
a un paso de ti es no estar vivo
¡y fueron muchos mis pasos enterrados!
Mi soledad de inútil empeño,
tantas las veces puestas,
tanto el corazón
en el baño blando de los sueños;
¿ para qué peinar sus hermosos cabellos?
¡Este piano desafina con las notas y con el tacto!
Alas de viento tiene y el grafismo fácil de lo perfecto.
Pero sin mi soledad, estoy todavía más solo,
y en esa muerte, me voy a dar la vuelta a eternidad.
Manos como raíces
en el cielo
pendientes de la
flor.
Tendidas hacia lo alto,
de
niño desesperado.
A las esquinas agarradas,
con un sucio
vaso de plástico,
encallecidas,
solitarias
sin más manos que las manos
ni más milagro que
sobrevivir a todo,
sobrellevar los
últimos cielos bajos.
No preparadas para la lucha,
ni
limpiadas en las rosadas aguas de pilatos,
manos
blasfemas, muñones de los borrachos
por el suelo
derramadas, manos sobre manos,
bofetadas al
progreso y al mundo civilizado.
Soportando los soportales,
arrastrando el eco
de las pesadas piernas;
y sin
embargo vivas
con
suavidades y tibiezas rosas,
triunfadoras
delicadas de los agravios.
Ya cerró el carcelero las oscuras verjas,
después se fue, camino del cementerio
va, con sonidos de cipreses
que maldicen vituperios.
Ya las aguas se atormentan
y los árboles se atragantan de humedad.
Ya vienen los cuerpos mojados
a erizar los vellos del antiguo miedo a la oscuridad,
En medio se cruzó la habitación enorme de la noche.
El anciano poeta agotó su lira,
y machacón repite su guitarra rota.
Un día la vida se volcó enteramente,
y se le hizo del todo inevitable:
por más que quiera alargar la tarde
los fantasmas antiguos le extienden
sus negras manos de limosna.
Dame la mano siempre de un niño,
en los bosques nublados con soles amorosos,
en las aguas transparentes que acompañan
y en los anchos espacios de los pechos nobles,
Dame su tersa luz y sus persianas verdes,
su mascada canción de campos húmedos,
su sonido imperturbable de campana incorrupta
y su simétrico atardecer de enunciados nuevos.
Dame el sentido exacto de lo auténtico,
su ambivalencia única, conjuntada.
El sentido aproximado de las aristas poliédricas
y el largo vapor huido de sus motores negros.
Que esta unión del tiempo no ha pasado,
que se renueva, sin pensarlo, desde la carne,
que asciende y se subleva y se somete
y tiene avidez de entrega y hambre de dientes.
Que la azada se hunda en su esponjosa tierra
con un toque de amor y de tormento,
que luego con su pan devore nueva tierra
y se repita ese vicio llamado hombre.
IX
¿Por qué no tomar en serio
el ejercicio sencillo de pedir limosna?
¿por qué no esforzar en él lo inaudito,
lo que nunca sonó, lo nuevo?
¿No fue siempre nacer estar desnudo?
¿Acaso alguien sabe más de lo que simplemente es?
¿O hay quien pueda retener más de lo que tiene?
Entonces, desnudez hazme llorar
con mi nombre único.
Porque es mi voz torrente
que enlazado cae al bosque antiguo;
porque en el cielo infinito se desangra.
Porque en mi carne rebosa mi alma,
y mis ensueños me hacen dormir plácidamente
para soñar que sueño con mis sueños,
He aquí mi profesión del canto,
la melodía de la unidad enlazada,
como aquello que está por hacer seriamente
sin más salida que abundar, ni más mando.
Ni suena, ni consuena, ni sonará jamás.
No es la palabra desnuda,
no es la música del corazón,
no es la palabra inteligente,
No es nada de esto. ¡ Por Dios, parecen palabras superpuestas!
Si salieran como el olor de la flor,
o fueran como las piedras, infinidad de piedras.
No, mil veces no, este arte inútil,
esta profesión limosnera de la cultura.
Ni de lejos se aproxima a lo que yo creía.
XII
Inmóvil la carne se agarrota,
muda la boca se acomoda;
los pies se hunden en los barros,
más fría que la noche es la mirada,
más esquiva es la luz sobrellevada en sombras,
el pan se atraganta de lamentos;
las manos se han hinchado,
las piernas se acortan,
los cabellos crecen.
¿Qué queda de estos hombres después de todo?
¿Quién tan mal escribió sus versos?
Las lápidas se abrieron antes del juicio
e ilustres muertos erraron en los paisajes.
Evacuaron los cielos las altas aguas
y mojaron de sopor la espesa tarde.
Después de todo la vida se bebió a un trago,
y luego es infinita la quietud de los alcoholes,
todos sus vestidos se llenan de agujeros,
todos los labios se secan húmedos
y sobran las manos y las palabras sobran.
Aquí yace, quien yació de siempre,
aquí se entierra a quien enterrado estuvo.
Pero los otros nunca lo han sido en las horas justas,
en los rincones chocaron en contra
de los divinos brazos, nunca fueron hijos.
Grito ahogado de los parques,
confundido en el estaño
de los horizontes indecisos, como la luz huida,
y los brazos rotos de las barcas en la arena.
Corto es el vuelo de las aves desposeídas,
y necesario es el pan entre las uñas negras.
Un día cantó, los otros le siguieron mudos,
como una multitud de moscas secas
en exudados humos de apagados cirios.
La palabra ha dormido en baúles muy antiguos
y los pobres aprovechan sus gabanes exagerados,
sus pasos irónicamente lentos.
La mísera luz de los rincones mustios,
la lacia caída al estanque de los juncos,
En la mimética armonía de un jardín intransitado.
Enorme es la soledad, construye su catedral
a los desterrados,
sin manos y sin espaldas, en los hundidos váteres
hacia el hondo corazón de la tierra y de lo humano.
¡Abajo toda expresión alegre! La alegría es cosa de los ricos
que ya murieron en sus postales de plomo,
con las amplias vestiduras de sus niñeras.
La muerte está enterrada a lo antiguo,
y la triste vida pasó por ser lo más contrario.
Mediodía redondo, el altivo Cristo,
cautivo in secular del gótico ridículo,
en la acera de enfrente un paseo pasado
por los buenos pisos de principios de siglo.
¡Ah! Cómo crecía el niño hasta acercarse al cielo,
a ser fachada feliz en las fiestas del domingo,
a vestirse las mejores galas e intenciones
a las doce y media de un punto y seguido.
Nadie puede entender que yo eres tú,
multiplicada en tus calles, en tus cines, en tus aceras,
en las suaves sombras perfumadas de tu vientre
y en tu aliento de humos y tus esquinas.
Ya sabías el olor que me embriagaba
y me hacía perder momentáneamente el sentido,
siempre el redondo reloj de la palabra
tratándolo de ponerlo a andar
después de mil jugadas.
Una ciudad se pierde
con más facilidad con que se pierde un niño
y se queda lejana,
aunque quede a una mano del alma.
“A Victor
Botas “ Oviedo 1945-1994
La campana, como los poetas, callada suena
después de pensada.
Como el buen poeta sigue sonando
y lo llena todo de su verde acrisolado.
Ni antes, ni ahora, ni después o nunca,
todo es rozar, quedar cerca,
lo maravilloso de esta creencia es que pudiera serlo,
las cosas imprescindibles siempre escapan a los ricos,
lo esencial es compañero de la nada.
¡Si surge el milagro, entonces, se entiende enteramente!
porque este infinito parece tirado por Dios a la papelera.
Pero hay quien lo recoge primorosamente de la basura;
y entonces esas cosas tienen su día primero nuevamente.
Hacia la luz, hacia la luz su vuelo,
hacia la luz su cuerpo y su chirrido
porque la luz de afuera nos consume,
y nos atrae la idea, nos lleva el recuerdo,
de consumirnos enteramente en el universo,
¡Oh vocación de sol que adentro vuelas!
La oscura palabra como una mosca en torno al significado.
Sonados días. El verano viajero de la carretera,
¡Voy! grita el viejo árbol detrás del árbol
Ah, viejo viajero que cansino vuelves con tus músculos
estrenados enteramente en el ritmo de la carne
Como dos poemas conjuntados de suave prosa,
subidos al entramado del hierro y de los semáforos.
También el juego con el tiempo y su regreso
a ese poético punto por fin hallado:
Oh, sonados días del vacío manipulado,
ay, la nada de puntillas, feliz en nuestra alcoba,
oh, baile primordial de la palabra día,
¿ recordaré también que las ideas se mueren
y resucitan luego inarticuladas y cadáveres
o nada muere y el verso inventa el cruel castigo
llamado eternidad o para siempre?
Para nunca amar si con la dicha pierde
la voluntad de repetirse nuevamente.
Para nunca amar si con el tiempo viene
el acre punto inadvertido y ancho de la soledad.
Sonados días de vinos y de rosas,
¿ le hará falta decirle a la juventud amad?
Azul, qué bien te escondes entre los tules,
y con qué transparencia brillas en las pupilas bellas.
Irrealidad del verbo que quebrado
y vestido de negro mendiga con su cuenco
de mano amarillenta el céntimo que sobra:
de todas formas pueden los versos encadenarse
a la memoria, sin más inspiración
ni atributos del arte ¡Olvidemos a los ultramodernos!
Abajo, enteramente el mundo de la Poesía,
levantemos solamente los días,
los días sonados del corazón pues ama
estar vivos y encontrar la vida:
pueden pues dos poemas recitar conjuntos,
aunque cada uno de ellos únicamente calle.
Dos enormes silencios levantados o el avanto
sobre las cristalinas cabezas de los astros;
ay dicha del decir y refrenar palabras,
oh, hermosura de la mujer que encuentro,
profundidad del pozo que aflorado besa
con su flor de fondos y sus rosas mojadas,
oh, negrura que de pronto encarna
y toma el color de las sencillas cosas
y hasta se inventa una palabra,
así suenen los días que significa nada
y se consuenen los dos poemas,
lo que tampoco es cosa,
y todo eso desde un coche viejo
que siempre nos condujo, a los dos,
con buena prosa.
fin
© José María Torres Morenilla. Prohibida la reproducción total. Ni la parcial sin mención expresa de su autor
Ilustración "Boceto/94" de José María Torres Morenilla.